Esa mañana teníamos contratada una excursión con un guía naturalista. Me levanté bien y llena de energía. Nos hacía mucha ilusión ver al quetzal, el pájaro por el cual los mayas sentían tanta admiración.
Bajamos equipados a desayunar, yo iba con bastones incluidos. Como ya era costumbre, fuimos a la panadería, y luego allí mismo compramos unos bollos para tomar a mitad de la mañana. Santa Elena, al igual que la mañana anterior, era un ir y venir de gente, y la calle principal a esas horas estaba bulliciosa. En el ambiente se respiraba alegría, había una especie de entusiasmo colectivo que se contagiaba.
Al salir de la panadería, en la puerta de la agencia estaba el gerente hablando con el que dedujimos que sería nuestro guía naturalista y ornitólogo Roberto Wesson. Efectivamente nos acercamos y nos lo presentó.
Éramos los únicos que realizaríamos la excursión con él.
Fue todo un lujo tener al guía para nosotros solos, la excursión se realizaba con un mínimo de dos asistentes, era un poco cara, pero también nos aseguraban que veríamos al quetzal, según parece aun quedaban unos pocos que todavía no habían emigrado.
Subimos en el todo terreno de Roberto que nos llevó al aparcamiento de un hotel de lujo a las afueras de Santa Elena, situado casi pegadito a la selva. Bajamos del auto y nos fuimos a una explanada cercana.
Roberto montó su telescopio con su trípode y nos dirigimos hacia unos árboles cercanos. Primero vimos una perdiz, minutos después Roberto recibió una llamada de celular de un compañero que había avistado un quetzal, y nos fuimos corriendo hacia otra explanada que estaba muy cerca para buscarlo.
¡Allí estaba, junto con una hembrita!
Fue increíble verlos volar con esa majestuosidad, con esos colores tan intensos.
El macho tenía la pechera de un rojo fuerte y contrastaba con el verde cobalto de su cuerpo, el negro de sus alas y su cola de color blanco.
¡Me pareció el pájaro más hermoso que había visto nunca!
Cuando vi la imagen de un quetzal el día anterior en una postal me pareció un pájaro algo desgarbado, pero después de verlo en vivo alzando el vuelo entendí muy bien la fascinación que sintieron los mayas por él, y de que este bello pájaro le dé el nombre a la moneda de Guatemala: el quetzal, desde luego, no es para menos.
Permanecimos un rato allí hasta que se fueron, después con el coche marchamos a otro lugar, donde observamos a un perezoso con su cría, y más pájaros.
Un poco antes de irnos nos cruzamos con un carro tirado por bueyes que transportaba leche, Roberto le habló en inglés al lechero, imaginamos que sería un cuáquero. En Monteverde los cuáqueros tienen una fábrica de queso, que se puede visitar.
Nuestro guía nos dijo que es en el único lugar en que se fabrica de toda Costa Rica. No puede evitar hacer un par de fotos, no es algo que se vea todos los días…
Luego subimos por la senda de tierra que habíamos bajado y allí vimos más pájaros. Estuvimos un ratito mirando hacia las copas de los arboles observando y fotografiandolos.
Aparte de pájaros también nos estuvo explicando el motivo del porqué del nombre de bosque nuboso. Al estar muchas veces cubierto de nubes, los árboles retienen y recogen su agua de lluvia, además del goteo incesante de la condensación de la niebla.
También nos habló de la importancia de preservar la zona, ya que la deforestación junto a lluvias torrenciales puede provocar el corrimiento de tierras, puesto que las raíces de los árboles no son muy profundas
Pasado un rato Roberto nos dijo que ya no veríamos mucho más, puesto que eran más de las diez de la mañana, ya hacía calor y los animales se resguardan, así que nos llevó de regreso hasta la agencia.
El gerente de la agencia se interesó en cómo nos había ido, a lo que le conteste.
¡Genial, vimos quetzales! Y lo mejor era que me llevaba el recuerdo de la visita con unas bonitas fotografías tomadas a través del telescopio de Roberto.
Tras despedirnos nos fuimos a comprar los billetes de autobús para regresar ese mismo día a San José.
Después volvimos al hotel, y como todavía no se había pasado la hora tope del desayuno, nos prepararon cuatro desayunos…aprovechando los tickets del día anterior que no pudimos usar. Así que se puede decir que almorzamos unos enormes jugos, pancakes con miel, un plato con huevos, panceta, salchichas, fruta fresca y dos deliciosos cafés expresos, pero de los de verdad…
Cuando terminamos nos subimos a la habitación a hacer nuestro equipaje y una vez lo tuvimos todo listo nos refrescamos y después dejamos nuestras cosas en recepción hasta la hora de irnos. Una vez comprados algunos regalos y pasar por el cajero del banco se nos hizo la hora de irnos, casi sin darnos cuenta, si nos descuidamos perdernos el autobús que salía a las 14:30.
Se nos hizo largo el camino hasta San José, tal vez porque gran parte del camino estuvo lloviendo torrencialmente, y además el tráfico estaba muy congestionado.
Cuando llegamos a la estación de autobuses, tomamos un taxi hasta la Pensión La Cuesta para pasar la que sería nuestra última noche en Costa Rica y en Centroamérica. Cuando llegamos, allí estaba de nuevo el simpático recepcionista Armando, quien nos dio otra vez la bienvenida. Ya había pasado casi un mes, fue él quien nos recibió en nuestra primera noche en Centroamérica y sería también él quien nos acomodaría en nuestra última noche. ¡Parecía que había pasado un siglo!
Era evidente que este viaje tanto a Jose como a mí nos ayudó a descargar la mochila emocional y algunos prejuicios ¡Se aprende tanto cuando ves maneras de hacer y de vivir tan diferentes a las tuyas!
Cuando nos hospedamos aquel lejano primer día de viaje en la pensión, nos molestó que la estética no estuviese muy cuidada en las habitaciones, que las sabanas no fueran del mismo juego y el mobiliario y las mantas viejas; eso sí estaba todo muy limpio.
En aquella última noche y después de un mes en casi toda Centroamérica lo realmente importante era la cálida bienvenida de Armando y lo acogedor de la pensión, ya no me importaba que el mobiliario fuera viejo y la ropa de cama no fuera nueva. Eso es lo bueno de viajar, que te muestra, te enseña, y sobre todo te abre la mente para dejar atrás un montón de prejuicios que lo único que hacen es estorbar en el crecimiento personal.
Después de descargar nuestro equipaje con la ayuda de Armando, nos fuimos a cenar en un localito agradable para costarricenses al principio de la Avenida 1. Después regresamos a la pensión, pues al día siguiente nos esperaban dos días larguísimos y sin noche en medio: primero el Museo de Jade, después el Museo del Oro, y después ir al aeropuerto para coger el vuelo de once horas y llegar a Madrid donde sería otra vez de día.
MAPA INTERACTIVO